María García Pérez, en su etapa de madurez, decidió dejar atrás una rutina agotadora y se embarcó en una aventura con su furgoneta camperizada, a la que llamó Ruperta. Desde entonces, ha estado viajando sola, a su propio ritmo y sin un destino fijo. Su experiencia se narra en el libro Rumbo a mi libertad, donde comparte con humor y sinceridad cómo ha superado sus miedos, desafiado estereotipos y descubierto que nunca es tarde para comenzar de nuevo.
P: ¿Qué te llevó a replantear tu estilo de vida en esta etapa?
R: Hubo un momento en que me sentí atrapada; las responsabilidades me abrumaban y la vida había perdido su encanto. Sentía que estaba corriendo sin avanzar, como un hámster en su rueda. Como buena rebelde, sabía que debía salir de esa situación. No tenía claro cómo hacerlo, pero entendía que no podía seguir viviendo en piloto automático. La furgoneta se convirtió en mi salvación: pequeña, pero con la puerta abierta a una libertad soñada durante años.
P: ¿Hubo algún momento clave que marcara el inicio de esta nueva etapa?
R: Sí, el momento decisivo fue cuando perdí mi alegría. Siempre he sido alguien que ríe incluso de sí misma, pero un día me encontré vacía y sin sonrisas. Me dije: ‘Esa no soy yo’. La primera vez que salí sola con la furgoneta lo confirmé: me quedé sentada al volante y me enfadé conmigo por cómo estaba viviendo. Aunque no podía cambiar todo de inmediato, comprendí que debía hacer algo diferente. Y así comenzó todo.
P: ¿Qué temores enfrentaste antes de dar este paso y cómo los superaste?
R: Tenía muchos miedos: estar sola, si la furgoneta fallaría o si podría manejarme por mí misma. Además, las opiniones negativas de otros me hacían dudar: ‘María, estás loca por viajar en esa lata’. Pero mi hija me dijo: ‘Mamá, si eso te hace feliz, adelante’. Esa frase fue el empujón necesario.
Lo hermoso es que el miedo desaparece al sentir la libertad: ir donde quieras, parar cuando desees y dormir donde prefieras… Eso transforma tu perspectiva. Cada viaje me recuerda lo poco que se necesita para sentirse libre y viva.
P: ¿Por qué elegiste una mini camper como compañera de ruta?
R: Desde pequeña soñaba con tener una autocaravana; sin embargo, parecía inalcanzable debido a los precios. Un día vi cómo alguien convertía una furgoneta y empecé a considerarlo.
Aparte necesitaba un vehículo para trabajar y viajar al mismo tiempo. También quería pasar desapercibida; no quería problemas por pernoctar en ciertos lugares. Así compré una furgoneta pequeña —como las usadas por fontaneros o electricistas— donde duermo tranquila.
P: ¿Cómo organizas tu día a día dentro del mini camper?
R: Aunque es pequeña, tiene todo lo necesario: cocina, baño y espacio para guardar lo justo. Te acostumbras a montar y desmontar cada día; por la noche es cama y durante el día se convierte en sofá-comedor.
Tuve que aprender a cocinar con camping gas usando pocos ingredientes para recetas rápidas porque después de largas caminatas solo quieres descansar.
A nivel emocional descubrí que viajar sola no significa estar sola; sin quererlo volví a encontrarme conmigo misma. Aprendí a escucharme mejor e incluso disfruto más mis momentos acompañados de música adecuada.
A fin de cuentas, mi vida diaria en la furgo consiste en sencillez, aprendizajes constantes y disfrutar cada mañana con paisajes nuevos desde mi ventana.



